viernes, 23 de abril de 2010

Encontré las cartas.

Quiero que lo sepas.

El martes temprano, mientras te duchabas, pero no importa. No importa quién es Diego, ni dónde... ni la fecha en el vértice.

Marcos llamó esa tarde para averiguar si aún viajaríamos con ellos el sábado. Me dijo algo sobre Estela, que las cosas no están bien. Estuve un rato oyéndolo girar sobre los temas de siempre, conocés a Marcos, la clase, arquitectura, Estela. Volvía de la calle y la encontró revolviendo cajones, encerrándose, en el suelo, dentro de un círculo de fotos viejas. A un costado, relegadas, imitando los bultos de sábanas y camisas a lavar se acumulaban las fotos de Marcos. Del casamiento en adelante. Estaba absorta, decía que hace semanas..., que las fotos a un costado como si la cáscara agria de una naranja... El círculo, y a un costado. Saltó del trance ni bien rozó una mano en su hombro;... que una burbuja hubiera resistido un tacto más fuerte. Se exaltó como si la atrapara robando. No dijo nada, atrapó las fotos en un solo ramo entre las manos y las aplastó contra los álbumes. Le preguntó si estaba todo bien y contestó “...nada” desde detrás del de la pila de camisas y sábanas.

Tienen la mala costumbre de un itinerario de diálogos huecos, tediosos, donde se disuelven rápidamente estas escenas. Entre ellos desaparecen, se esfuman. Y luego de tres pavadas sobre las clases, alguna otra sobre llamados de arquitectura, arroja sobre mi todo esto con un detallismo obsesivo, no exagero, a través del teléfono se excitaba describiendo la lividez mórbida con que sonreía sobre la foto de veinte años. Cree que lo detesta, que en la cartografía de signos, como en el piso las fotos, se convirtió para ella en el símbolo de su declive; una cáscara agria encerrando pulpa.

Marcos la quiere. Ella decide enjaularse en él.

Le sugerí que la dejara, “no tienen hijos”, pero no puse mucha energía en recomendárselo. Aún tenía las cartas en mi mano cuando sonó el teléfono. Francamente, no podía alinear dos ideas sin volver a repetirme, dentro, alguna frase de Diego. Que al cabo la culpa terminará por llevarlo a resentirla. Y ella, ¿qué sentido tiene?, se envuelve en él como en una jaula. Se abriga en él como en una jaula. Se ampara de ella y lo abraza al otro como si estuviera hecho de paredes. ¡Libérense, y déjense en paz! Pero él la quiere... y será en su preocupación el muro...

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